domingo, 5 de agosto de 2007

Historia de una ilusión y la apatía de la nueva generación

Por Roberto Lobo

Cuando me enteré que este número del QUOVADIS estaría dedicado a la historia de la facultad y que tendría que escribir sobre ella me sentí algo incomodo. Hasta ahora sólo me había preocupado por escoger temas ajenos a nuestra institución que de algún modo involucran a nuestra profesión pero que no atañen directamente a la dinámica interna que vivimos.

Muchas son las razones que me retrajeron y me orillaron a evadir este tema en particular, el temor a hablar de lo que no viví (aunque me incumba), la posibilidad de hacerle deshonor a la historia y a quienes la construyeron, juzgar a partir de anécdotas siempre parciales, son riesgos costosos de asumir sin una preparación ardua que requiere algo más que tiempo y dedicación.

Entiendo que desde el primer día que uno pisa el salón de clases se vuelve coparticipe de la historia de la facultad, pero también he de reconocer que escribir de historia es un asunto delicado, en especial cuando es reciente y uno está rodeado de quienes la vivieron y cuya experiencia no soy capaz de transmitir mejor que ellos mismos. Sin embargo mi negativa no obedece únicamente a esto. He de admitir que el hecho de estar implicado conlleva, en sí mismo, algo resistencial. No es sencillo referirse a los pasajes negros que nos antecedieron, eso nos conduce a tener que explicar desde acusaciones de fraudes administrativos, e intervenciones de grupos políticos, hasta la destitución de directores. Pero arriesgarse a hablar de ello nos puede ayudar a descubrir, donde estamos parados, cuanto costó lo que hoy gozamos, y sobre todo a cuestionarnos quienes somos.

La historia de nuestra facultad se asemeja curiosamente al desarrollo histórico de la psicología. Ambas nacen dentro de la filosofía (Nuestra carrera surgió en la facultad de filosofía y letras), luego se disputan un lugar ante la medicina (durante años se luchó contra el enfoque médico que nos dominaba) y terminaron dividiéndose en diversos enfoques. (Aparecen las áreas de acentuación y sus disputas). Como ciencia, históricamente la psicología se ha debatido sobre cual es su objeto de estudio, el alma, la conducta, la mente etc.

Como profesión y como saber, se ha tenido que ganar un lugar frente al psiquiatra, el sacerdote, el maestro, el brujo, el comunicólogo, el administrador, el sociólogo, y hasta frente a las secretarias (que sin preparación se les permite revisar pruebas psicológicas).


La psicología resulta ser lo suficientemente escurridiza como para que cualquiera pueda reclamar su derecho a reconocerse experto y poseedor de una amplia experiencia en el terreno de lo humano y pueda usurparle un espacio. La historia de nuestra facultad no sólo refleja esa urgencia por defender el lugar del psicólogo, sino también la ilusión de descubrir cual es ese lugar.

En sus inicios, el personal docente de nuestra facultad lo conformaban algunos psicólogos, médicos, sociólogos y filósofos. Igualmente diverso era el alumnado ya que en su mayoría de los estudiantes no eran recién egresados de preparatoria, sino abogados, economistas, educadores etc. Esto puede darnos una idea de cómo en un principio la psicología era vista más como un complemento que como una disciplina independiente. Pero al parecer se fue tomando consciencia de la necesidad de su autonomía y se emprendió la lucha que terminó sacándola de las instalaciones de la facultad de filosofía y letras y que derivó en la toma armada de lo que hoy conocemos como el ala norte y que en ese entonces estaba designado para albergar a un grupo de estudiantes de medicina.

Aunque se obtuvo la independencia, la ahora facultad (antes únicamente era colegio) siguió bajo la influencia académica y política de orientación médica que impuso su visión en el plan de estudios. Pero el verdadero problema vino más tarde, cuando tras un desgastante esfuerzo se pudieron por fin librar de este enfoque y surgieron las guerras entre corrientes teóricas divergentes, esencialmente entre psicoanalistas y conductistas. Antes se debatía porque la psicología no fuera pensada como una filosofía, posteriormente por que no fuera considerada como una ciencia médica… pero ahora los psicólogos se debatirían a sí mismos. Esa ilusión de encontrar una identidad propia del psicólogo no se ha podido satisfacer hasta ahora, y no lo hará pronto, porque la psicología como unidad no existe y más bien sólo se puede hablar de LAS psicologías.

Ahora bien, ¿Qué tiene que ver esto con la apatía de las nuevas generaciones? Queja común de maestros competentes y apasionados, y de estudiantes que se dicen conscientes y críticos (a comparación del resto de “autómatas conformistas”). En ocasiones descubro a gente que consideraba apática quejándose de la apatía. Incluso suelo encontrar en mí mismo conductas que podrían interpretarse en ese sentido. A veces me pregunto si realmente somos tan indiferentes como se nos juzga. ¿El silencio en el salón de clases es una verdadera ausencia de crítica generalizada? ¿Tantos años de lucha y pasión invertidas durante generaciones, sólo para que lleguemos nosotros con una actitud de indisposición y desaprovechemos lo que tanto ha costado lograr? No creo que sea del todo así.

Los tiempos han cambiado y nuestra generación vive condiciones muy distintas de las que vivieron algunos de nuestros maestros cuando eran jóvenes. Sus generaciones son herederas de los movimientos estudiantiles y las rebeliones juveniles de los 60s y 70s. Pertenecieron a ellas o fueron educados por maestros cercanos a estos movimientos. Gracias a que lucharon por sus ideales hoy disfrutamos de muchos privilegios, pero al mismo tiempo cargamos con el lastre de sus desilusiones. Es como si hoy muchos jóvenes se dijesen: “que ingenua era la juventud de esa época al pensar que podrían transformar el mundo”. Las desilusiones de generaciones pasadas deterioran en las posteriores la capacidad de desarrollar utopías. Y tal vez por eso no se confronta a la generación adulta proponiendo una sociedad mejor, ya que no contamos con evidencias de que eso sea posible. Y como afirma el sociólogo Richard Sennett “Cuando un ser humano no cree que existe solución para un problema, el pensamiento a largo plazo se cancela y el individuo se convierte en un cautivo de su presente.”

El actual plan de estudios nos presenta una pasarela de psicologías que se autodenominan como la única, o nos dejan entrever que son una opción más y procuran orillarnos al eclecticismo. De inmediato, la realidad nos confronta con la desilusión de tener que asumir una identidad profesional difusa y fragmentaria y particularmente más susceptible a ser presa de otras carreras.

Por otro lado, muchos maestros nos perciben “light”, olvidando las dimensiones desproporcionadas de la carga curricular que nos orillan a abarcar mas cantidad de información a costa de profundizar menos. Que nos llenan de “trabajitos” y que nos roban tiempo de lectura. Es frustrante dedicarse horas a la construcción de un juguete mientras se tiene que leer el material de otras diez materias de las cuales únicamente cuatro o cinco son de nuestro interés. ¿No nos quejamos muchos alumnos de esto? ¿no criticamos en silencio muchos de nuestros desacuerdos? ¿no platicamos entre nosotros lo que pensamos de las distintas teorías? ¿no tenemos desacuerdos con las exposiciones de los maestros? Creo que muchos sí tenemos compromiso y actitud crítica pero no estamos dispuestos a regresar a las épocas de tumbar directores, marchar en las calles, y hacer paros. Reconocemos los logros que muchas de estas acciones tuvieron en el pasado, pero también los costos que se pagaron y las desilusiones que dejaron.

En el desarrollo individual las heridas narcisistas que sufre el adolescente lo hacen ubicarse en la realidad mermando así sus fantasías de grandeza y omnipotencia. Hacerse cargo de esas heridas es lo que le permite madurar.

Tal vez nuestra generación, llena de discursos en pro de la diversidad y la tolerancia no ha encontrado otra forma mejor de manifestar su inconformidad que con la apatía. Tal vez no es falta de pasión sino una forma de hacernos cargo de la desilusión. Una protesta pasiva que no ha sabido ser bien escuchada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si es apatía, no es crítica pasiva como enuncias.

Los estudiantes no buscan el conocimiento, ni practicar la ciencia, buscan pasar materias.
A diferencia de antaño, que buscaban darle la identidad que merece la carrera. Y no se trata solamente de las personas que fundaron la facultad, sino de todos los personajes que han propuesto teorías, han hecho aportaciones o le han brindado un espacio de expresión a lo largo de la historia.
Dime tu dónde queda el carácter científico de la psicología en nuestra facultad, dónde queda, dentro de un amplísimo plan académico, el espacio preciso para formar a los mejores profesionistas del área, (independientemente del enfoque que se elija, que es sólo una manera de ejercer la psicología). Dónde diablos quedaron los esfuerzos de aquellos que lucharon por nuestra Institución.
Conozco muchas personas que salen de la facultad sin saber que carajos van a hacer de ese momento en adelante.

A mi la impresión que me da es que, lejos de adaptarte a las "heridas de la frustración y/o decepción", los universitarios actualmente buscan comodidad, esforzarse lo menos posible, tienen suficiente trabajo como para distraerse en otros asuntos, "para que cuestionar a ese maestro, a fin de cuentas sé quien soy y lo que creo" "no tiene caso, a los maestros no les vas a ganar, tu tienes la razón, ellos la pluma", esos comentarios de apatía, aunado al poco interés científico que estimulan los maestros en el alumnado... provocan el ambiente que hoy tenemos, claro es mas sencillo hablar de los romances de verano que discutir alguna teoría y/o hipótesis o hablar de los conflictos actuales del país y la repercusión de los sucesos de las naciones extranjeras en la nuestra.

Pesa más para el Director poner la escuela bonita que modernizar la biblioteca y/o traer exponentes de calidad a la facultad que le puedan aportar algo de valor al alumnado; es motivo del mayor de los orgullos ser recordado por el concreto, el cemento y las plaquitas esas grabadas, que por los aportes científicos a la escuela. Es mejor presumir de tener el programa de estudios más amplio de América Latina, que decir gratamente y con franca satisfacción que se ofrece la mejor educación de América Latina, aunque el programa no sea tan basto.

El problema está sobre la mesa, listo para que sea resuelto. La realidad, es que estamos sumergidos entre la apatía y la burocracia.